sábado, 13 de marzo de 2010

Las nuevas profecías: Del terrorismo internacional al cambio climático

Según numerosas profecías, la especie humana está condenada. Así lo han vaticinado durante siglos varios profetas. Muchos de ellos creían que el fin del mundo tendría lugar en 2000, pero llegó ese año y no pasó nada. Sin embargo, según los fatídicos augurios de otras tantas profecías, no podemos relajarnos mucho. El cambio climático, la guerra contra el terrorismo internacional y las amenazas procedentes del cielo son algunos de los nuevos jinetes del Apocalipsis. ¿Hay un resquicio para la esperanza? ¿Es todo un mito? ¿Qué nos aguarda a corto plazo?

Hace algunos milenios alguien, rompiendo las barreras lógicas y las espaciotemporales, tuvo una visión, una revelación que atribuyó a entidades sobrenaturales, a las que se responsabilizaba de todo cuanto no se comprendía. La comunicó a los miembros de su tribu y aguardaron a que se cumpliera. Así nació la profecía. Si las visiones eran nefastas, los pueblos invocaban a sus dioses para obtener su protección o el aplazamiento de los malos designios. Desde entonces las cosas no han cambiado tanto.
La mayoría de los expertos aseguran que las profecías se basan en la dimensión espiritual del hombre. Según la antropóloga
Carmen Bonilla, “su origen está en la creencia en dioses primigenios y en las revelaciones que nuestros remotos antepasados creían recibir de ellos a través del sueño o de visiones psicotrópicas”.
Por su parte, el psicólogo clínico Alfonso Ramírez asegura que “gracias a esas visiones –similares a las que durante siglos vivieron grandes profetas de todos los tiempos–los humanos primitivos dejaban de sentirse aislados y solos”.Por tanto, la profecía o revelación era un nexo con una entidad superior, así como una forma de romper el aislamiento. Tenemos un posible origen, de acuerdo, pero ¿qué motiva tantas profecías agoreras? Muchas de ellas, en todos los tiempos, aluden a un fuego destructor, a tierras que se abren y lo engullen todo, a cielos que repentinamente se oscurecen, a lluvias e inundaciones atroces, a enfermedades aniquiladoras... ¿Es que todo lo que puede ocurrir tiene que ser necesariamente malo? No, pero la extinción parece ser una tendencia natural.

Todo principio tiene su fin


Numerosos antropólogos han llegado a la conclusión de que las profecías agoreras
existen porque tenemos miedo a lo desconocido, a no controlar el futuro, porque en muchas culturas la existencia está sometida a los preceptos de las religiones, cuyos dioses nos castigarán o premiarán al llegar el fin de nuestros días.
“Si careciéramos de espiritualidad, de las creencias en dioses y demonios, de la idea de que existe un Más Allá tras la muerte y de conceptos como la vida eterna, la reencarnación o la inmortalidad, lo proféticamente apocalíptico no tendría sentido alguno”, afirma Carmen Bonilla. Para el antropólogo Gabino Marqués, el miedo profético al fin de los tiempos es parte de una herencia mitológica:
“Los mitos hablan de un origen, de un punto de partida. Todas las cosmogonías han justificado la creación y la aparición del ser humano sobre la Tierra de una u otra forma. Y la mayoría, aceptando ese punto, cree que un día habrá un final, cree que se concluirá un ciclo. La vida que un día nació un día morirá. Y la responsabilidad de que suceda está en manos de los dioses, que, al fin y al cabo, también fueron los creadores”. Veamos dos ejemplos de ello: numerosas tribus de Oceanía conservan la creencia de que el mundo será destruido por el fuego o las aguas, dos de los elementos con los que puede fusionarse el alma o la esencia del ser vivo tras la muerte para unirse con la Divinidad. Por su parte, los persas –en concreto, los seguidores del zoroastrismo– creían que el fin de los tiempos llegaría a través del fuego. Desde el punto de vista profético debemos distinguir entre dos finales: el de la Tierra y el de la humanidad. Nuestro planeta ya ha vivido otras extinciones: por ejemplo, la de los dinosaurios hace 65 millones de años. En tradiciones como la inca, la maya, la hopi y otras de carácter chamánico, el fin se contempla como una purificación, como un punto y seguido. El planeta y sus elementos se “recolocan”, evolucionan o incluso castigan al ser humano que lo maltrata. Después, la vida sigue, aunque no para todos. En cambio, para la tradición judeocristiana, que tantos profetas y tantos augurios nos ha dejado, el fin es total, devastador, y procede del exterior. Se supone que una entidad sobrenatural nos castigará y extinguirá la vida. Ahora bien, en nuestro caso, de no ser por el Apocalipsis de San Juan, ¿donde
quedarían las profecías apocalípticas?

Un libro codificado


Cada vez son más los investigadores que piensan que el Apocalipsis es un libro codificado, pero no profético. Según esta hipótesis, alude en clave a los problemas de una Iglesia primigenia perseguida por su enemigo, el poder de Roma, la Ciudad de las Siete Colinas, que, en realidad, es lo que representa la Bestia de Siete Cabezas. De este modo, el Apocalipsis ofrecía pautas y consejos para luchar
contra el enemigo de la nueva fe, contra los viejos ritos, los dioses y las creencias considerados paganos. Pero quienes gobernaban la fe determinaron que lejos de ser un libro social, político y hasta religioso, era profético o revelado. Tras reuniones y concilios como el de Hipona (393) y el IV Toledano (633), se estableció que el texto era canónico y que, además, quien lo cuestionara o negase sería excomulgado. Durante años se ha buscado por todas partes la marca del 666 anunciada en el
Apocalipsis. Se ha alentado, temido y hasta manipulado el milenarismo –que ya fue utilizado por el papa Urbano II para declarar que había tenido una visión divina y de este modo ordenar las Cruzadas–, se ha asociado el fin del Papado al del mundo y se nos ha dicho después que debíamos esperar el gran final para el año 2000. ¿Qué hay de todo ello? El Apocalipsis ha servido para que miremos con temor las profecías de San Malaquías y esperemos con recelo a comprobar qué ocurrirá tras el último papa. Según este profeta, solo quedan por llegar dos papas, que bautiza como Gloria del Olivo y Pedro el Romano.
Tras el último, supuestamente, llegará el Anticristo, el fin de la Iglesia católica y, por extensión, el del mundo. Al ser designado Papa, Joseph Ratzinger tomó voluntariamente el nombre de Benedicto XVI en honor a Benedicto XV, fundador de la orden benedictina u olivatense, cuyo símbolo distintivo es una rama de olivo. ¿Señal profética o simple coincidencia? De un modo u otro, es fácil identificar al actual papa con la Gloria del Olivo. Pero veamos otros supuestos signos del fin de los tiempos.

El freno de la cruz


Según los profetas alemanes del siglo XVI, “cuando se rompa el freno a la cruz comenzará el fin del mundo”. El freno a la cruz era la instauración de las teorías de
Lutero, quien, por cierto, dijo sobre el Apocalipsis lo siguiente: “De ninguna forma he podido detectar que el Espíritu Santo lo haya producido”. Pues bien, Benedicto XVI es el primer papa alemán después de quinientos años y procede de un país marcadamente protestante. ¿Ha roto este papa el freno a la cruz en Alemania? ¿Estaba profetizada su llegada al poder? ¿Su advenimiento es una señal de que todo está a punto de acabar? Pero hay otros supuestos signos. El profeta Nostradamus escribió lo siguiente:
“Por mar el rojo será capturado por piratas. La paz estará por ello en peligro: la ira y la avaricia cometerán por santo acto, al Gran Pontífice será el ejército doblado”. Para muchos, esta cuarteta supone una clara alusión a una situación de turbulencias que pueden marcar el fin de la Iglesia y, con él, la destrucción del mundo. ¿Sabían que Benedicto XVI tiene predilección por el color rojo? ¿Es él quien será capturado por piratas? ¿Por qué en el escudo papal del actual pontífice aparece la figura de un musulmán con una argolla pirata en su oreja? Puede que todo esto sean simples coincidencias, pero no lo es que la organización terrorista Al Qaeda ha amenazado al Papa este año. ¿Son ellos los piratas? ¿Conocen los terroristas esta profecía y quieren utilizarla para sus oscuros fines? Tal vez Benedicto XVI ha querido desafiar al destino, a los profetas y a sus augurios y simplemente está jugando a “cuadrar” los acontecimientos para demostrar que no hay nada que temer. Pero ¿y si fuese este el penúltimo papa? Habrá que esperar para saberlo.

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